La digitalización ha redefinido profundamente los mecanismos de almacenamiento y procesamiento de datos. Desde plataformas de redes sociales hasta servicios de computación en la nube, el volumen de información que circula por internet experimenta un crecimiento constante. En el núcleo de esta transformación se encuentran los centros de datos (data centers), que se han consolidado como la columna vertebral de la infraestructura digital contemporánea. No obstante, su rápida expansión conlleva importantes retos, siendo el alto consumo energético y su consecuente huella ambiental uno de los más apremiantes.
Estos complejos tecnológicos demandan grandes cantidades de energía eléctrica tanto para su funcionamiento como para los sistemas de refrigeración necesarios para disipar el calor generado. De acuerdo con estimaciones de la Agencia Internacional de Energía (IEA), los data centers actualmente representan entre el 1% y el 2% del consumo eléctrico global, proporción que podría duplicarse para el año 2030 si no se implementan medidas correctivas. Ante este panorama, la búsqueda de sostenibilidad energética se ha convertido en una prioridad, llevando a las empresas del sector a explorar estrategias de eficiencia operativa que mantengan el rendimiento sin comprometer el medio ambiente.
Además de su rol en el procesamiento y resguardo de datos provenientes de miles de millones de dispositivos conectados globalmente, los data centers enfrentan desafíos crecientes relacionados con el impacto climático. Se proyecta que para el año 2027, su consumo eléctrico podría alcanzar el 2,5% de la demanda energética mundial. En este contexto, el uso intensivo de tecnologías como la inteligencia artificial (IA) ha generado un incremento considerable en la huella de carbono de grandes corporaciones tecnológicas; por ejemplo, Google ha reportado un aumento del 48% en sus emisiones en los últimos años como consecuencia directa de la integración de estas herramientas.